Una historia para contar
Álvaro Martínez llegó a Estados Unidos hace 23 años, por el río Bravo, en una balsa. Las cosas salieron bien y ahora volvió en una moto BMW, atravesando doce países en 42 días de aventura y jugosas historias.
Álvaro Martínez llegó a Estados Unidos hace 23 años, por el río Bravo, en una balsa. Las cosas salieron bien y ahora volvió en una moto BMW, atravesando doce países en 42 días de aventura y jugosas historias.
Motoquero Fotografía: elobservador.com.uy |
Cumplió el american dream y también el sueño del pibe. Álvaro Martínez (47) se fue con esposa y lo puesto a Estados Unidos, “con coyote” contratado, para pasar la frontera Reynosa-McCalen. De ahí en avión para Boston y después a su destino: Leominster, una ciudad de 90 mil habitantes, junto a su población gemela Fichburg, donde viven 5 mil uruguayos.
Eso fue hace 24 años y todo salió muy bien. Había algún contacto compatriota y enseguida encontró trabajo en una de las tantas fábricas de artículos de plástico que había en la zona. Pronto se estableció y consiguió papeles de acuerdo a una amnistía que en realidad no le correspondía, pero que sirvió para que en su momento le dieran un número de seguro social que le permitió trabajar y pagar impuestos.
Hace diez años, su caso se revisó. Después de una batalla legal que incluyó no sólo abogados sino médicos y psicólogos -que atestiguaron el daño que se haría a sus dos hijos, ciudadanos estadounidenses, María (22) y Gerónimo (20)_ le otorgaron la residencia permanente y le permitieron seguir usando su número de seguridad social.
Desde entonces viaja a Uruguay cada año. Hoy tiene ciudadanía estadounidense; está registrado en el Partido Demócrata y votó en las elecciones para gobernador del estado de Massachussets.
En noviembre del año pasado volvió a visitar el paso de frontera por el que entró a Estados Unidos, pero esta vez cruzó el Río Bravo por el puente y no en una balsa por el costado del puesto fronterizo.
Esta vez, además, iba en moto, una BMW 1200 GS Adventure, uno de esos bichos grandes, como para travesías largas. La compró a US$ 18.000 justamente por eso, porque su plan era hacer el viaje a Uruguay en moto.
Hizo el viaje en 42 días y llegó a Montevideo el 2 de enero pasado.
Travesía
Martínez se encontró con muchos viajeros en ese camino de más de diez mil kilómetros a lo largo de América. “Eran el dueño de tal o cual empresa, o un neurocirujano o un contador de no sé cuántas compañías. Yo decía que trabajaba en la construcción y me preguntaban si era ingeniero o empresario”, cuenta.
Martínez no es ingeniero ni empresario, pero sí le va bien, trabajando en una empresa de uruguayos para el Estado de Massachussets, en la infraestructura vial. Gana cerca de 50 dólares la hora y en invierno no trabaja, por lo que puede darse el lujo de una travesía como ésta.
Las ganas están esperando desde hace por lo menos un lustro, cuando compró la moto en 2007. El viaje le salió US$ 6.000, más o menos lo mismo que le costó aquel primer viaje a Estados Unidos, coyote incluido.
Ese precio es posible gracias a que el gasto en cada país fue mínimo. “Iba a hostales y a veces a casa de algún conocido”, explica.
El concepto de “conocido” es muy amplio para los motoqueros. En Guatemala se contactó con un chileno que había conocido por internet, y el tipo lo llevó a la casa y le dijo a la esposa que habían sido amigos en Boston. En Mendoza y en Buenos Aires ya había amigos de veras.
Imágenes de América
Martínez llevó una cámara de video adosada al casco de la moto, que usó para guardar los paisajes que atravesó. De lo más interesante, en su opinión, fue su paso por Colombia, sobre todo por Medellín.
En su ranking, lo más tedioso fue el desierto de Atacama. “Al principio es interesante, toda esa soledad. Pero después de dos horas de nada, se pone aburrido. Lo único que puede pasar es algo malo”.
Otro momento cumbre del viaje, fue el trayecto en velero desde Panamá a Cartagena de Indias, en Colombia: “Cinco días distintos”, relata.
Miedo casi no tuvo, dice. “En las ciudades, yo dejaba la moto segura y salía en taxi. No andaba por ahí regalado; y en la ruta me pasó que se le reventó la llanta a un canadiense que iba conmigo y tuvimos que parar y encontrar ayuda, pero no pasó nada. Terminó todo bien”.
Martínez llegó sano y salvo y se queda hasta el 13 de febrero. El hombre se lleva bien con la vida, eso parece que está claro.
Texto: www.elobservador.com.uy
Eso fue hace 24 años y todo salió muy bien. Había algún contacto compatriota y enseguida encontró trabajo en una de las tantas fábricas de artículos de plástico que había en la zona. Pronto se estableció y consiguió papeles de acuerdo a una amnistía que en realidad no le correspondía, pero que sirvió para que en su momento le dieran un número de seguro social que le permitió trabajar y pagar impuestos.
Hace diez años, su caso se revisó. Después de una batalla legal que incluyó no sólo abogados sino médicos y psicólogos -que atestiguaron el daño que se haría a sus dos hijos, ciudadanos estadounidenses, María (22) y Gerónimo (20)_ le otorgaron la residencia permanente y le permitieron seguir usando su número de seguridad social.
Desde entonces viaja a Uruguay cada año. Hoy tiene ciudadanía estadounidense; está registrado en el Partido Demócrata y votó en las elecciones para gobernador del estado de Massachussets.
En noviembre del año pasado volvió a visitar el paso de frontera por el que entró a Estados Unidos, pero esta vez cruzó el Río Bravo por el puente y no en una balsa por el costado del puesto fronterizo.
Esta vez, además, iba en moto, una BMW 1200 GS Adventure, uno de esos bichos grandes, como para travesías largas. La compró a US$ 18.000 justamente por eso, porque su plan era hacer el viaje a Uruguay en moto.
Hizo el viaje en 42 días y llegó a Montevideo el 2 de enero pasado.
Travesía
Martínez se encontró con muchos viajeros en ese camino de más de diez mil kilómetros a lo largo de América. “Eran el dueño de tal o cual empresa, o un neurocirujano o un contador de no sé cuántas compañías. Yo decía que trabajaba en la construcción y me preguntaban si era ingeniero o empresario”, cuenta.
Martínez no es ingeniero ni empresario, pero sí le va bien, trabajando en una empresa de uruguayos para el Estado de Massachussets, en la infraestructura vial. Gana cerca de 50 dólares la hora y en invierno no trabaja, por lo que puede darse el lujo de una travesía como ésta.
Las ganas están esperando desde hace por lo menos un lustro, cuando compró la moto en 2007. El viaje le salió US$ 6.000, más o menos lo mismo que le costó aquel primer viaje a Estados Unidos, coyote incluido.
Ese precio es posible gracias a que el gasto en cada país fue mínimo. “Iba a hostales y a veces a casa de algún conocido”, explica.
El concepto de “conocido” es muy amplio para los motoqueros. En Guatemala se contactó con un chileno que había conocido por internet, y el tipo lo llevó a la casa y le dijo a la esposa que habían sido amigos en Boston. En Mendoza y en Buenos Aires ya había amigos de veras.
Imágenes de América
Martínez llevó una cámara de video adosada al casco de la moto, que usó para guardar los paisajes que atravesó. De lo más interesante, en su opinión, fue su paso por Colombia, sobre todo por Medellín.
En su ranking, lo más tedioso fue el desierto de Atacama. “Al principio es interesante, toda esa soledad. Pero después de dos horas de nada, se pone aburrido. Lo único que puede pasar es algo malo”.
Otro momento cumbre del viaje, fue el trayecto en velero desde Panamá a Cartagena de Indias, en Colombia: “Cinco días distintos”, relata.
Miedo casi no tuvo, dice. “En las ciudades, yo dejaba la moto segura y salía en taxi. No andaba por ahí regalado; y en la ruta me pasó que se le reventó la llanta a un canadiense que iba conmigo y tuvimos que parar y encontrar ayuda, pero no pasó nada. Terminó todo bien”.
Martínez llegó sano y salvo y se queda hasta el 13 de febrero. El hombre se lleva bien con la vida, eso parece que está claro.
Texto: www.elobservador.com.uy